lunes, 6 de agosto de 2012

Prometeus

Estreno blog, Mi gran pantalla de cine, en el que iré desgranando mis opiniones sobre las películas que veo, supongo que no todas, pues son muchas, pero sí sobre aquellas que de algún modo me invitan a un comentario. Y me parece un modo genial de inaugurarlo con Prometeus, la última película del director Ridley Scott.

Encuadrada dentro del universo Alien, acudí con las expectativas bien altas, dispuesto a ver un derroche visual y a darle un completo sentido, cinematográfico, por supuesto, a una saga que me fascinó desde su primera película, Alién, el octavo pasajero, allá por el año 1979 y que dirigió el mismo director que la última apuesta de este 2012.

La primera conclusión ha sido muy negativa. Siento decirlo pero ha sido para mí un gran fiasco. Y cuanto más medito sobre ello, más profundo me parece.

Quizá por el hecho de ser escritor, de que, en mi opinión, los personajes deben tener fundamento y la trama deberse a ellos pues son los que la han de desarrollar, Prometeus adolece de personajes de entidad, sólidos, coherentes, verosímiles y eso tiene su traslado inmediato en una trama increíble, inverosímil, sin sentido, sin apoyos, sin lógica.

Creo que no salvo a ninguno de los personajes. La pareja de científicos, se comportan de cualquier modo menos como científicos, sobre todo, teniendo en cuenta que han realizado el descubrimiento más importante para la Humanidad. Noomi Rapace recupera la calidad perdida sólo cuando su personaje entra en acción porque parece que esta chica sólo queda bien cuando da y sufre mamporros.

Charlize Theron es un personaje totalmente irrelevante en la trama. Si la quitas, no se nota y eso que es la jefa (Parece serlo, al menos).

¿Guy Pearce? Bueno, digamos que está tan caracterizado que no se le reconoce bien con lo que podrá disimular un elegante olvido cada vez que le pregunten por la película respondiendo algo así como "si en realidad no era yo".

¿El capitán de la nave? Teniendo en cuenta la responsabilidad que asume al pilotar una enorme nave de esas características para realizar un viaje de más de dos años de duración... ¡qué poco criterio tiene! Cualquiera de los otros le convence de lo contrario que quiere hacer con una frase. Y su sorprendente giro final resulta incoherente del todo con la caracterización que le han hecho.

Michal Fassbender hace de robot y no sé por qué pero todos los que hacen de robot parecen hacerlo bien. Debe ser ese sueño que todo humano tiene de verse desprovisto del lastre de las emociones, pero para disfrutar de tal libertad se carece, por tanto, de la emoción correspondiente, con lo que todo queda en nada. David, que así se llama el androide, nos despista desde el primer momento y en nada se nos justifican sus decisiones y acciones. Qué difícil resulta compararle con la actuación de Lance Henriksen como el androide Bishop en Alien, pero en fin.

En cuanto a la trama, más de lo mismo. Un planteamiento que en su sinopsis puede ser de lo más sugerente, pero que a medida que se desarrolla en la película se vuelve más inverosímil, además de tremendamente improbable. Los aspectos esenciales del argumento, como el posible descubrimiento del origen del ser humano, o el hallar respuestas a las preguntas más trascendentales de nuestro género, que quizá deberían ser el hilo principal de la historia, quedan convertidos en una anécdota. Los puntos de giro no es que no sean previsibles, que lo son, son incoherentes del todo. Vamos, que no hay quién se los crea.

¿Y la criatura? Se llega a echar de menos al Alien, en sus diversas fases de desarrollo físico, incluida la lapa con tentáculos.

¿Qué salvo? La escenografía, la puesta en escena, el imaginario de Scott desplegado con la mejor tecnología al servicio del cine. Una plasticidad increíblemente hermosa, en la que los detalles futuristas, de escenario y los efectos especiales conquistan sin duda los sentidos.

Aunque el espectador no se identifique ni con los personajes ni pueda involucrarse en una trama que no engancha ni crea confianza, sí se siente uno en el espacio, navegando en naves espaciales sofisticadas, en las que cuesta, a pesar de la diferencia tecnológica, no sentirse trasladado al interior de la Discovery 1, la nave de 2001, una odisea del espacio, que fue creada en 1968.

La gran duda que me asaltó nada más salir del cine fue que cómo Ridley Scott ha podido permitir que un proyecto en el que tenía tan grandes pretensiones (que a lo mejor no fueron tantas), pudo dejar de controlar el proceso de creación del guión (con la consiguiente elaboración de trama y personajes) para que el resultado final fuese tan mediocre.

Siento que esta película ha sido una gran oportunidad perdida y en el total de la saga Alien supone un traspiés, que pocos se atreverán a corregir teniendo en cuenta el gran desembolso económico que una aventura así volvería a suponer para los intrépidos que la acometieran.

En fin, una gran desilusión.

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